Lo femenino como principio de separación

Isabelle Morin

En el momento de la sesión anterior, con Michel Lapeyre, hemos encontrado una nueva figura de lo femenino: la de Cleopatra en la obra de Shakespeare Antonio y Cleopatra. Michel Lapeyre ha subrayado la nobleza de Cleopatra quien enseña el amor a Antonio, sometiéndolo así a un tratamiento de lo fálico por la prueba de amor, que es siempre una prueba de castración. Ella lo convoca mediante su pseudo-suicidio a confesarse, a reconocer su amor más allá de los objetos del mundo, como lo que vale más que todos los poderes, las ambiciones, los honores, al punto de finalmente admitir tomar su vida. Esta prueba de amor no va sin su articulación con el deseo, y es sin duda lo que Cleopatra le demuestra a Antonio, es decir, que se puede amar ahí donde se desea sin arriesgarse a la castración en lo real, que esta última es una pérdida simbólica necesaria, que pasa por la caída de los semblantes fálicos, hasta lo que llamamos una deflación fálica. La dimensión del deseo es crucial, sin que él interrogue al amor, nos arriesgamos a caer en la ideología de un amor etéreo, sin objeto (y no un amor más allá del objeto, como dije a propósito de Calamity Jane[1]). Un amor etéreo, sin objeto, es la tentación de ciertos místicos con frecuencia en posición masculina, amor que confina a la destrucción de sí; pues es del orden de la pulsión de muerte. Sin la dimensión del deseo, el amor no es amor sino posiblemente sea destrucción, sea simple goce del verbo. Recordemos también el artículo «Psicología de masas», en el que Freud se pregunta qué es lo que desagrega la masa; y responde: el amor.

En este seminario hacemos la apuesta de tomar en consideración lo que nos enseñan las figuras de lo femenino lo que debería permitirnos extraer algunas consecuencias sobre lo femenino. No para erigir lo femenino en el rango de un ideal cualquiera (lo femenino no es mujer), es bueno precisarlo, sino para verificar en qué lo femenino nos introduce a la alteridad para distraernos, para extraernos del aburrimiento fálico que concierne a los dos sexos.

Antes de abrir la caja de Pandora, vamos a poner en perspectiva algunos avances de Freud y de Lacan, que escogí simplemente como tapiz, como telón de fondo de la pregunta que planteo aquí. De Freud retengo tres puntos.

  • El primero concierne la transformación de la tentación erótica que representa la mujer como peligrosidad (anexo XII de «Psicología de masas»). Freud retoma el asesinato del padre y avanza que la mujer que había representado el precio del combate y la seducción deviene probablemente tentadora e instigadora del crimen.
  • El segundo se encuentra en el Malestar en la civilización, cuando Freud habla de esa elección –llena de duras consecuencias para el porvenir de la humanidad– que consistió en reemplazar la vida sensorial por la vida del espíritu.
  • El tercero está también en Malestar en la civilización, cuando Freud muestra que es gracias a las relaciones de las mujeres con el amor, que la civilización existe, pero también que ella está en peligro.

De Lacan retengo solamente dos puntos.

En el Seminario XX, a propósito de la mujer, precisa que «ella está excluida de la naturaleza de las cosas que es la naturaleza de las palabras». Pero me parece que eso no tiene valor si no es articulado al hecho de que «son las mujeres las que inventaron el lenguaje» (ahí donde para Freud ellas habían inventado el amor) o también cuando el 9 de marzo de 1975, dijo que «un conjunto de mujeres ha engendrado en cada caso la lengua», en El Sinthome.

Si lo femenino siempre ha estado en el banco de los acusados, ha sido también por dos razones, como podemos notarlo: A título de la seducción, por la prueba del deseo que las mujeres imponen a los hombres, la coacción erótica; o bien a título de su saber, pero un saber maligno, de trampa, de perfidia – ella sabría sobre maleficios (cf. las brujas). En el Seminario XX[2], Lacan consagra largos desarrollos a lo que la mujer sabe –hablamos de eso con Anne Le Bihan en el momento del seminario interrumpido–. Lacan concluye que no es posible saber si ella sabe. Pero, ¿se trata de un saber sobre el goce que ella experimenta, se puede extrapolar a un saber sobre el goce, no el suyo sino el del otro, lo que no dejaría de tener algunas pequeñas consecuencias?

Los mitos que intentan decir lo femenino son numerosos, lo hacen alrededor de estos dos puntos: la mujer seductora y el saber. En la armadura común de los mitos reside lo real en juego. Pero, el interés del mito reside también en sus variantes. He abordado lo Femenino de los orígenes para verificar dos figuras de esos orígenes, en la tradición griega, con la Teogonía de Hesíodo, y en la tradición bíblica, con Eva.

Hesíodo, en el siglo VII antes de nuestra era, escribe dos largos poemas épicos: La Teogonía y De los trabajos y de los días. Esos poemas, muy comentados, han servido de base a muchos otros poemas, como Sobre las mujeres de Semónides de Amorgos, o a tragedias griegas, como Los Siete contra Tebas de Esquilo, Las Tesmoforias de Aristófanes o Hipólito porta-coronas de Eurípides.

En esos poemas, Hesíodo presenta la creación del mundo a través de la multitud de dioses griegos y en particular el reino de los tres grandes dioses, Urano, Cronos y Zeus, a los cuales se añade toda una cosmogonía que él llama la Teogonía. Presenta también la invención que hace Zeus de la primera mujer, del principio de lo femenino, y lo que ocurrió, a partir de ahí, a los mortales.

La mujer ha sido creada, según Hesíodo, como un castigo eterno para los hombres, una trampa, una maldición, un mal. Antes de su creación, nada de alteridad, sino lo mismo. Me remito a los versos 535 a 616 de la Teogonía y luego a los versos 41 a 82 en De los trabajos y de los días [3].

En la Teogonía, la mujer es a la vez un mal y una trampa profunda y sin salida. Prometeo había encolerizado mucho a Zeus al montar una estratagema[4] para engañarlo luego, al robar el fuego. Habiendo reconocido Zeus el ardid, loco de rabia, decide vengarse de los hombres propinándoles una desgracia: la mujer como golpe bajo (lo que cambia al buen tiro del que a veces hablan entre ellos los hombres, para rebajar el objeto). Se dice que buscaba la ruina de los mortales. Es la versión griega de la salida del paraíso perdido. Zeus demanda a Hefesto crear un mal destino a los humanos a los que quiere destruir. Ese mal destino de los humanos será lo femenino.

Hefesto, llamado el cojo, modela con tierra un ser muy parecido a la casta virgen (Atenea):

«La diosa de los ojos azulados, Atenea, anuda la cintura después de haberse ataviado con un vestido blanco mientras cae un velo con mil bordados desde su frente a sus manos, que es maravilla para los ojos. Alrededor de su cabeza lleva una diadema de oro forjado por el mismo ilustre cojo […]. Llevaba innumerables cinceladuras, maravilla para los ojos, imagen de las bestias que por millares nutren la tierra y los mares; Hefesto había puesto millares –y un encanto infinito iluminaba la joya– verdaderas maravillas, todas parecidas a seres vivos. […] Y cuando, en lugar de un bien, Zeus hubo creado ese mal tan bello, lo trajo donde estaban dioses y hombres, soberbiamente ataviado por la virgen de los ojos azulados, la hija del dios fuerte; y los dioses inmortales y los hombres mortales iban a maravillarse a la vista de esa trampa, profunda y sin salida, destinada a los humanos, pues es de ella que salió la raza de las mujeres, nacidas mujeres (en su feminidad), la maldita calaña de las mujeres (las tribus de mujeres), terrible plaga instalada en medio de los hombres mortales».

Pongo entre comillas la traducción de Nicole Loraux quien comenta magníficamente ese texto en Los hijos de Atenea, en el capítulo II –me refiero con frecuencia a su lectura. Ella hace notar que esta raza de mujeres, nacidas de esta primera mujer, hace de ella la madre de las mujeres y no la de la humanidad. En La Teogonía, la creación de esta primera mujer es el relato de la separación de los hombres y de los dioses: «Y cuando, en lugar de un bien, Zeus hubo creado ese mal tan bello, lo trajo donde estaban los hombres y los dioses».

Hasta entonces, había existido la asamblea de los dioses y de los hombres, y de repente la mujer es introducida como suplemento. «Instrumento de la ruptura, ella separa los hombres de los dioses»[5]. Mejor, ella los separa de sí mismos puesto que, con las mujeres, son introducidas la sexualidad y la reproducción sexuada. Esta queja es un tema frecuente en las tragedias griegas. Jason en Medea, por ejemplo, deploraba la obligación de pasar por las mujeres para la reproducción.

En La Teogonía, esta mujer plaga, maldición, es una envoltura vacía, ataviada por Atenea y Hefesto. Se ve cómo el adorno recubre el vacío de lo femenino. El vestido y el velo cubren el vacío, el brillo fálico queda ligado a ese recubrimiento detrás del velo, detrás de las lentejuelas, detrás de las pequeñas nadas de lo femenino, decía Michel Lapeyre. Observen también que ella no es nombrada.

En el segundo poema de Los trabajos y los días, Hesíodo nos da una segunda versión, que comienza por una invocación de las musas de la verdad para celebrar al padre. Irritado contra Prometeo quien ha robado el fuego del cielo, Zeus le envía para castigarlo a Pandora como esposa. Zeus le dice:

«Hijo de Japet [es Prometeo] que sabe más que todos los otros, tú ríes de haber robado el fuego, yo les haré presente un mal, en el cual todos en el fondo del corazón se complacerán de rodear de amor su propia desgracia».

Hefesto hace la mujer con tierra y agua, «él pone la voz y las fuerzas de un ser humano y de formar con ellos, a imagen de las diosas inmortales, un bello cuerpo amable de virgen» y pone allí «un espíritu imprudente y un corazón artificioso». «El ilustre cojo modela en la tierra la forma de una casta virgen». Los invito a leer a continuación los versos 71-82. Y, en su seno, el mensajero asesino de Argos (Hermes) crea mentiras, palabras engañosas, corazón artificioso: «[…] pone en ella la palabra y de esta mujer da el nombre de Pandora porque son todos los habitantes del Olimpo, quienes, con ese presente, hacen presente la desgracia de los hombres que comen el pan». Las itálicas están en el texto. La mujer, Pandora, es el presente de todos.

Prometeo, desconfiado, rechaza recibir a Pandora. Pero, su hermano Epimeteo acaba por aceptar desposarla (un poco obligado por Zeus). Ella lleva una jarra misteriosa. La abre, impulsada por la curiosidad. El cofre contenía todos los males, que se dispersan a través del mundo. Sólo queda la esperanza en el fondo cuando Pandora lo vuelve a cerrar. Enseguida la jarra es llamada «caja de Pandora» y «la esperanza dejada en el fondo». La mujer es entonces responsable de todos los males de la tierra. Es un intento de hacer la causa en sí.

De un lado, tenemos una nueva criatura, todavía no nombrada, que despierta el deseo para la mayor desventura de los hombres, y, del otro, la criatura nombrada, Pandora, responsable de todas las plagas del mundo a causa de su curiosidad. Los dos peligros, el deseo y el saber, se han instalado. Ese mito muestra cómo lo femenino viene a romper el concierto entre los dioses y los hombres. Al considerar ese mito se puede plantear lo que dice Freud en «Psicología de las masas» cuando observa que «el amor heterosexual rompe la identificación de cada uno con el grupo» –cuando habla del Ejército y de la Iglesia–.  Lo que enuncia Lacan en su lección del 6 de marzo de 1972 (Seminario El saber del psicoanalista) cuando observa que las chicas van de dos en dos y que los chicos van en grupo. Ellas van a elegir uno y de algún modo a extraerlo de ese grupo para civilizarlo: Principio de separación.

Ahora Eva. Hay también, dos tiempos en el relato del Génesis. Es un texto difícil, pues de una parte está comentado excesivamente y, de otra parte, las traducciones divergen tanto que a veces tienen sentido opuesto. En un primer tiempo, el hombre es creado, con su doble componente hombre y mujer: «Dios crea a Adán a su imagen, los crea a imagen de Dios, los crea macho y hembra». En un segundo tiempo, la mujer es extraída del hombre. Les leo la última traducción aparecida en Bayard:

«Yhawhe Dios toma a Adán

para instalarlo en el jardín del Edén

que trabaja y que vela sobre él …

Que Adán esté solo no es bueno

Voy a hacerle una ayuda

Como alguien delante de él [traducción de Chouraqui: haré para él una ayuda contra él.]

Dios toma una costilla de Adán que duerme y construye una mujer.

El hombre es creado a partir de la tierra y el agua; la mujer es construida a partir de la costilla de Adán. El hombre escribe:

«Esta vez, esta es el hueso de mis huesos y la carne de mi carne».

Esta, la mujer construida, será llamada mujer ischsha, pues fue sacada del hombre ish (con la pequeña a, más realizable observaba Lacan). Sólo después de la falta ella recibe de Adán un nombre nuevo, Hawwâh: la madre de todo viviente.

Pero, Eva es la primera mujer en transgredir el orden de Dios: «Tú no comerás el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal». Ella está más bien del lado de la insurrección que de la sumisión del obsesivo y come el fruto tan codiciado. El primer pecado concierne entonces la transgresión que busca el saber, goce oral, notémosle de pasada: comer el fruto del conocimiento. Ella es responsable del pecado original y del exilio del paraíso perdido. Van a ser introducidos como punición del mal, el sufrimiento, el trabajo y la vergüenza de la desnudez, es decir la sexualidad y la castración. Eva es la tentadora, sin embargo, no se ha hablado de la tentación erótica, sino de otro tipo de tentación: ella persuade a Adán para que desobedezca. Ella es entonces responsable también de todos los males de la tierra. Dios lanza su maldición sobre los hombres a causa del acto de Eva. El pecado original, para nosotros psicoanalistas es el lenguaje, la causa, él nos exilia de nosotros mismos introduciendo una pérdida irreparable. En esta versión, Eva tiene el rol del lenguaje. Ella asume el rol del lenguaje, lo que va al encuentro de cierto modo, de lo que dice Lacan sobre la relación entre las mujeres y la invención del lenguaje citada anteriormente.

Para abrir el debate, diría que esas dos versiones míticas de la introducción de lo femenino tienen una armadura común. Lo femenino introduce una maldición y viene a separar a los hombres de los dioses, el hombre hecho a la imagen de Dios. Pienso en Angelus Silesius, el poeta místico (del que Lacan dice que está en posición masculina), quien testimonia cuando dice: «Sé que sin mí, Dios no puede vivir un instante». La pareja Dios hombre es tan perfecta que Dios está en su casa en el hombre y el hombre está en su casa en Dios.

Lo femenino introduce entonces una disarmonía, que rompe la armonía fálica entre los hombres y los dioses, armonía ligada a la identificación a los dioses. La armonía, es creer que se hace uno. Lo femenino es principio separador, que pende por una parte de la injerencia de lo sexual que va contra el Uno fálico del aburrimiento, introduciendo el Otro sexo, la alteridad, pero no solamente, pues, por otra parte, se sostiene de Otra cosa, a la que nos aproximamos por las posiciones femeninas.

Isabelle Morin

Bordeaux, 4 de diciembre de 2002


[1] Nota de traducción: Este artículo de Isabelle Morin, traducido al español, se encuentra publicado en uno de los números de la revista Desde el jardín de Freud, de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia.

[2] Lacan, J. (1975) El Seminario, Libro XX, Aún, Buenos Aires: Paidós.

[3] Hesíodo, La Teogonía, seguido de Los trabajos y los días.

[4] Consistía en partir una res en dos partes, una parte con la carne y los huesos recubiertos de grasa y sobre la cual él volvió a poner la piel, mientras que la otra parte no comprendía sino los huesos recubiertos de grasa blanca y de piel, de tal suerte que las dos partes parecían idénticas.

[5] Loraux, N. (1990) Les Enfants d’Atenea, Apuestas, Le Seuil, collection « Points ».

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra