Recalentamiento global

«El Ministerio del Futuro es una nueva utopía»
Kim Stanley Robinson

Entrevista Sven Ortoli publicada el 21 de noviembre de 2023 – PhiloMag

El novelista estadounidense de ciencia ficción más influyente del nuevo siglo acaba de publicar El Ministerio del Futuro (Bragelonne, 2023), en el que imagina los retos que enfrenta el organismo internacional encargado de planificar las medidas necesarias para hacer frente al cambio climático.

En vísperas de la COP 28 de Dubai, nos reunimos con él para hablar del futuro del capitalismo, las formas de violencia contemporánea provocadas por la crisis ecológica, su relación con la filosofía y la utopía. Un amplio debate con un escritor y filósofo que no ceja en su empeño de crear un mundo mejor.

En los años 90, usted escribió una trilogía de novelas sobre Marte que fue un éxito mundial. En ella, describía las consecuencias económicas, políticas y sociales de la terraformación del Planeta Rojo. En ese momento, lo que usted decía era plausible, pero ¿lo es hoy?

Sigo fascinado por las misiones de la NASA a Marte, por las fotos, los vídeos e incluso los sonidos, que hoy son de mucha mejor calidad que hace treinta años. Pero cuando escribí mis libros, me basé en los conocimientos científicos de la época, y terraformar Marte parecía concebible en un futuro próximo. Desde entonces hemos sabido que hay percloratos en el suelo y que la superficie del Planeta Rojo es tóxica para los humanos [la NASA llegó a afirmar en 2018 que terraformar Marte era de hecho «imposible»].

¿Así que convertir Marte en un planeta azul está descartado?

Hay quien dice que basta con añadir agua. Porque si llueve, el perclorato se volverá inerte e inofensivo. Pero no hay mucha agua en Marte, así que ¿cómo hacer que llueva? En realidad, primero habría que terraformar, luego activar la lluvia, y así desintoxicar. No es imposible, pero llevaría decenas de miles de años, mientras en mi trilogía, ¡lleva siglo y medio! En otras palabras, las personas que lo leen como un programa de colonización – estoy pensando en ciertos multimillonarios – se están engañando a sí mismos. El punto de vista libertario de Silicon Valley es erróneo. Además, ellos no son genios políticos, incluso me atrevería a decir que el científico medio me parece más sabio que el informático medio que gana toneladas de dinero en Silicon Valley.

Muchos programadores están convencidos de que los humanos somos tan inteligentes que siempre habrá una solución, en Marte o en cualquier otro lugar. Algunos de ellos, que se pasan el día sentados frente a pantallas, quizá piensen que sabrían vivir en una habitación similar en Marte, a diez metros bajo tierra, y ser felices. ¡Es tan chévere ser marcianos! Pero es una fantasía que ignora nuestro apego a la Tierra. Piensa en lo que defiende Aldo Leopold: lo que es bueno en realidad es bueno para la Tierra. En mi opinión, es un valor esencial en el que deberíamos basar todo lo demás.

Su última novela no está ambientada en un futuro lejano o en una galaxia muy, muy lejana, sino en la Tierra en los años venideros. Es climatoficción, pero ¿sigue siendo ciencia ficción?

La ciencia ficción se basa en lo que el filósofo de la SF Darko Suvin ha llamado un novum, un efecto de extrañamiento que corresponde a la distanciación en Bertolt Brecht. Ésta es la fuerza de la ciencia ficción, y su poder cognitivo es inmenso, si se juega correctamente. Pero no tiene necesariamente un componente tecnológico o científico: cuando se sitúa una historia en el futuro, es ciencia ficción si esa historia nos permite mirar el presente desde una perspectiva artificial de la historia futura.  Eso es lo que hago en mi libro El Ministerio del futuro, al imaginar un mundo que intenta evitar la catástrofe climática.

¿Es una utopía? ¿Se describiría a sí mismo como un utopista? 

Soy escritor de ciencia ficción utópica. Es una opción política que se deriva de mi orientación de izquierda. Fundamentalmente, creo que un mundo mejor es posible. Yo nací en 1952, y en los años 70 parecía que todo podía pasar. Excepto porque llegó la contrarrevolución neoliberal de los 80, con Reagan y Thatcher. Para muchos de nosotros, y para mí en particular, fue una gran bofetada en la cara: boom, nos encontramos en un mundo que se parecía a un viejo conservador y reaccionario. La ciencia ficción refleja esto, ya que los 80 fueron los años del ciberpunk, que fue un movimiento profundamente reaccionario con el mensaje «oh, sé realista, nunca lo lograremos. El capitalismo ha ganado. Abandona toda esperanza y escóndete en las calles oscuras, como un detective». Personalmente, odiaba la filosofía asociada con el cyberpunk.

Y usted fue a contracorriente escribiendo historias utópicas. ¿Tenía algún modelo en mente cuando eligió este camino?

Herbert George Wells, por supuesto. Entre 1905 y 1945, escribió utopías en un período oscuro y terrible. Al menos seis de ellas son esencialmente positivas. Me dije a mí mismo que era un buen ejemplo. Incluso si su versión de un mundo mejor implicaba una meritocracia científica, un poco como el Silicon Valley de hoy, que imagina que ¡podríamos ignorar la política y resolver todos nuestros problemas a través de la tecnología! Nada lo impide. A la hora de reorganizar el sistema monetario internacional en 1944, todos los que redactaron el acuerdo de Bretton Woods habían recibido la influencia de Wells. Los utopistas tienen peso y he elegido ese tipo de relato en varias de mis novelas porque creo que, si pasamos este siglo sin una extinción masiva, sin un colapso de la civilización, eso ya es una historia utópica. Ese es el reto que he asumido con mi Ministerio del Futuro, que es una forma de utopía.

Usted dedicó su libro al filósofo marxista Fredric Jameson, cercano a Sartre. ¿Fueron ellos quienes le influyeron?

Hay otros: Merleau-Ponty, Gérard Genette y también Bruno Latour, a través de su teoría de las redes de actores, pero es cierto que soy esencialmente un existencialista con una pizca de budismo, porque los budistas a menudo parecen existencialistas. Para mí, lo que cuenta es la situación y el proyecto. Y el hecho es que soy un hombre de izquierdas, ecologista, escritor de ciencia ficción y ahora un comprometido intelectual a la manera de Sartre. Tengo que salir a la arena pública y decir a los que me escuchen: «Cuestiónense. Vuestras viejas opiniones ya no importan. Estamos en una situación de emergencia. El colapso sería grave. Tenemos que pensar seriamente en lo que tenemos que hacer».

Su novela comienza como una distopía, con una ola de calor extremadamente mortal en la India que causa millones de muertes…

Esta es la realidad: un colapso sería mucho, mucho peor de lo que nadie imagina. ¿Qué ocurriría? Moriríamos, eso es lo que pasaría. Hay ocho mil millones de seres humanos, y mantenerlos vivos es una hazaña espectacularmente difícil, que requiere cuatro mil millones de personas para cooperar y trabajar intensamente juntos. De lo contrario, las cadenas de suministro desaparecerán. Cuando la gente habla del colapso como algo inevitable y a veces beneficioso, hay que confrontarlos con la idea de que la vida de los supervivientes sería aburrida, peligrosa y aterradora. Hay que señalar que usted estaría entre los muertos, sus hijos estarían muertos, el futuro estaría muerto, la civilización estaría muerta. Los seres humanos no desaparecerían por completo. Somos demasiados y demasiado inteligentes. En un rincón del mundo, siempre habrá suficiente para sobrevivir, la agricultura de subsistencia, la caza y la recolección – la recolección en particular, ya que no quedará mucho para cazar.  Pero tengo la sensación de que la gente no ha entendido lo grave que sería el colapso.

Rob Nixon, en Slow Violence and the Environmentalism of the Poor, describe la violencia lenta que se ejerce sobre los pobres a través del calentamiento global, la deforestación, la subida del nivel del mar, etc. Este mundo de violencia lenta conduce a violencia, sabotaje y otras acciones que usted describe en su libro. ¿Cree que esto es inevitable?

El verdadero objetivo de mi novela, como intervención política, es abogar no por el uso de la violencia, sino por una economía política keynesiana, o incluso poskeynesiana y postcapitalista, en la que nos remuneremos más por el trabajo de descarbonización que por cualquier otro trabajo. Sigue siendo un término muy útil la violencia lenta. Consigue significar algo que la gente ignora, a saber, que el sistema actual es violento para los pobres. Me gusta la expresión violencia lenta, porque la derecha se apresura a tachar a los activistas de terroristas. Pero ignoran la violencia del capitalismo, la violencia inherente al abismo que existe entre los ricos y los pobres que sufren constantemente. Y sí, esta violencia lenta puede desencadenar una violencia rápida y explosiva. Guerra y recalentamiento climático: Miren lo que está ocurriendo en todo el mundo.

De todos modos, nada es seguro y su relato es optimista: según usted se trata de mejorar la situación mediante la geoingeniería. La geoingeniería es a menudo criticada por su aspecto «aprendiz de brujo» o porque se ve como un intento de salvar el capitalismo. ¿Qué opina al respecto?

Existe una definición común de geoingeniería en nuestra cultura, particularmente en la izquierda y entre los Verdes. izquierda y los Verdes. Según esta definición, la geoingeniería es algo malo que se plantea para seguir haciendo las mismas cosas malas del pasado. Se descalificada de antemano. Este punto de vista es erróneo. Se remonta a los años 1980 o 1990. El hecho es que haya una enorme cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera. Algunos miles de millones de toneladas de exceso de CO2 que están poniendo en peligro la vida en nuestro planeta. Así que vamos a tener que reducirlo. ¿Es esto geoingeniería? Si usted lo llamas así, yo digo que tenemos que hacerla. Cuando la gente piensa en geoingeniería, casi siempre piensan en la gestión de la radiación solar: se trataría de enviar polvo a la estratosfera para desviar la luz solar, como hizo naturalmente el volcán Pinatubo en 1991. Hay otros tipos de intervención, como blanquear las nubes para reducir la temperatura de los océanos, o crear burbujas microscópicas suspendidas en las capas superiores de la zona fótica de los océanos para reflejar mejor la radiación solar. Pero como sea, con frecuencia hay una reacción del tipo: «oh, la geoingeniería es una idea terrible, es demasiado peligrosa». Es cierto que este método podría tener consecuencias negativas. Pero también es cierto que, si se baja la temperatura de la Tierra y se descarboniza durante 20 años, entonces la gente no morirá en olas de calor como las del primer capítulo de mi novela. Y cuando hablo de ello, por ejemplo, en Pakistán, la gente me dice: «Por favor, háganlo. Háganlo ya, nos estamos muriendo». El hecho es que ya hemos destruido la biosfera. Si intentamos deliberadamente mitigar los efectos, ¿qué sentido tendría? Mitigar los efectos, ¿por qué debería ser un problema? Las personas que se oponen a la geoingeniería queman carbono todos los días. Comen carbono. Sus desplazamientos, su electricidad, su comida, todo eso se produce a partir de combustibles fósiles… Hacen geoingeniería todos los días y luego dicen «Dios mío, no se puede hacer eso». Es contradictorio y es una visión del pasado.

A usted le gusta contraponer ciencia y capitalismo. ¿Cuál es la naturaleza de esta oposición?

Es una simplificación. La ciencia y el capitalismo son como dioses hindúes que son gemelos o siameses. Nacieron juntos, han trabajado juntos, luchan por el control. Así es como veo la batalla entre estos dos polos. ¿Estamos haciendo nuestro trabajo humano por el bien de la humanidad y de la biosfera? Esto es lo que yo llamo ciencia. o estamos haciendo nuestro trabajo humano para enriquecer a la aristocracia feudal, el 1% que son ricos? Eso es capitalismo. Es la forma más simple de presentar las cosas. Ambos están muy entrelazados y luchan por el control del orden mundial. La ciencia tiene que ganar. Todo es muy maniqueo, por supuesto. Hay una fuerza buena y hay una ¡fuerza mala!

Jameson y Slavoj Žižek han argumentado que es más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo. Por cierto, a finales de mes se celebrará en Dubai la COP 28 bajo la presidencia del sultán al-Jaber, uno de los dirigentes más poderosos del mundo, presidida por el Sultán al-Jaber, una de las mayores petroleras del mundo, con la Total, Coca-Cola y muchas otras… ¿Diría usted que quien quiera que cene con él debe tener una cuchara larga?

No creo que sea importante saber dónde se celebra la COP ni quién es el Presidente. El Acuerdo de París es importante. Y las reuniones de la COP son importantes. Las necesitamos urgentemente. Esto es un acontecimiento mundial histórico. En los siglos venideros, cuando se escriba la historia del mundo, habrá toda una página sobre el Acuerdo de París y el proceso de la COP, acuerdo y el proceso de la COP, incluida la COP 28 en Dubai. Lo importante es que las 40.000 personas participantes lleguen a un acuerdo.

¿Es usted un optimista que cree en el principio de la esperanza, como diría el filósofo Ernst Bloch?

Ya sabes lo que dijo Gramsci, y se lo robó a Romain Rolland: «Hay que combinar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad». Optimismo de la voluntad significa que tus sentimientos personales no importan: eliges políticamente ser optimista. Podría haber un mundo mejor, así que debemos crear un mundo mejor. Si podemos, debemos. Así que es una obligación ser optimista como posición moral y como acto político. Probablemente no podremos regular el nivel del mar. Nos enfrentamos a un mundo en el cual no importa lo que hagamos ahora, estará diez metros más elevado dentro de ciento cincuenta años. Las playas están condenadas. Odio esa perspectiva. Pero, puesto que el pesimismo es cobardía, debemos mantener la esperanza, y la esperanza es una forma de coraje.

Responsable de esta traducción al español: Aída Sotelo C.

Bogotá, marzo 10 de 2025

 

2 comentarios en “Recalentamiento global”

  1. Diaz Jimenez Rosa Matilde

    Leer tu traducción me llevó de nuevo a la pregunta sobre lo que urge transformar en casa. En la casa de cada quien, en mi casa. Esos pequeños gestos cotidianos que no son para nada definitivos pero que podrían un día configurar una masa crítica en acción. A lo mejor eso ayude al menos a retrasar las evidencias mayores del desastre ecológico que venimos gestando con nuestra manera de consumir y hacer uso de los recursos naturales.
    Lo que plantea el autor de ciencia ficción también releí la iniciativa de unos jovenes músicos que hacen conciertos al lado de algunos glaciares en descongelamiento acelerado a causa del recalentamiento del planeta. Entiendo que el optimismo del que habla Kim Stanley Robinson invita a acciones de este tenor.
    Es dificil mirar al futuro cuando estamos aislados o simplemente ignoramos o nos angustiamos mientras el mundo se cae a pedazos. Pero cuando juntamos nuestros talentos para expresarnos, al menos nos angustiamos menos y sumanos a la vida la experiencia del placer estético que, en este caso, nos reporta la música. Dejo por acá la nota aunque está escrita en frances:
    https://reporterre.net/Cet-orchestre-joue-au-pied-des-glaciers-qui-disparaissent

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